viernes, 11 de agosto de 2017

LA BANALIDAD DEL MAL y EL PLAN DE DEPURACIÓN

Adolf Eichmann no era un genio del mal, ni un loco fanático nacionalsocialista que rebosara placer al ser causante de la muerte de millones de personas. “Únicamente la pura y simple irreflexión  fue lo que le convirtió en uno de los mayores criminales de su tiempo”. Hannah Arendt escribió que “No era estupidez, sino una curiosa, y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”  lo que hizo de un gris burócrata, de un obrero en paro antes de ingresar en la SS, uno de los principales artífices de la “solución final”.

Para Eichmann, la Solución Final “constituía un trabajo, una rutina cotidiana, con sus buenos y malos momentos”. Su pensamiento y sus valores éticos quedaron absorbidos por la ingente tarea administrativa que tenía que desarrollar. Arendt acuñó para este comportamiento el término “la banalidad del mal”.

La genial filósofa alemana nos coloca ante un nuevo tipo de maldad que a través de la burocracia y de la política, transforma “a los hombres en simples ruedecillas de la maquinaria administrativa”. Lo más grave fue que “hubo muchos hombres como Adolf Eichmann, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales”.  

La lectura de Arendt nos ayuda a entender un poco más y un poco mejor la Europa de la posguerra que, como muchos procesos sociales, a menudo se estancan en nuestra mente encarcelados por tres o cuatro ideas socialmente compartidas que no nos dejan ver el conjunto de la realidad. Pero también nos pone en la tesitura de identificar la “banalidad” en nuestro tiempo y en nuestro entorno. Para ello no tenemos ni que salir de la Comunidad Autónoma.

Algo de todo esto podemos también observar a nuestro alrededor, si aguzamos un poco la vista. La banalidad del mal flota en el aire cuando se siembra el miedo al extraño, cuando la protección de nuestro bienestar se antepone a cualquier otra consideración o cuando el hedonismo pequeño burgués es el  actor de nuestros actos. La adhesión al pensamiento dominante es una forma de "banalidad del mal" que aunque pueda considerarse de bajo voltaje, no deja de obedecer al mismo ímpetu de dominación.

Siempre tenemos la obligación moral de preguntarnos cuáles son las consecuencias de nuestros actos. No podemos pasar por alto los efectos que tiene en los demás lo que para nosotros no es más que nuestro trabajo. No somos inocentes ni siquiera con lo que compramos y no estaría de más, aunque solo sea de vez en cuando, llegar a sentir si ha sido producido de forma ética o a costa de la explotación de los trabajadores, de gente como nosotros que también son parte de otra maquinaria.

La visión política y ética de Arendt no disculpa a Eichmann y además es exigente con todos nosotros. No podemos renunciar a este pensamiento crítico y conformarnos con ser otro engranaje o quedarnos al margen como  espectadores. El Holocausto no podría haber sucedido sin la participación de millones de personas que no eran nazis convencidos pero que se convencieron en la paz de su casa, de que “es lo que hay”.

En estos tiempos inciertos, en que vivir es un arte, es tan fácil sentirse lejos de los antiguos totalitarismos como colaborar en el suave aterrizaje de los nuevos. Los medios de comunicación, la modulación de gustos y consumos, la introducción de un triste pensamiento práctico que da por inevitable la explotación cotidiana, son las nuevas armas de dominación. 

En esta ocasión el ideario del exterminio no está recogido en un "Mein Kampf" de papel repleto de ideas perversas, en esta ocasión la banalidad está extendida en la cotidianidad acomodada y paralizante de una sociedad acrítica. Por eso, en este descanso veraniego, antes de que la Comisión Parlamentaria sobre el Plan Aragonés de Saneamiento empiece su trabajo no está de más aprender a diferenciar entre cumplir una obligación y abandonar el pensamiento ético.

Para leer un poco:
http://dianoia.filosoficas.unam.mx/files/6813/6124/0192/DIA53_Resena_Munoz.pdf


1 comentario:

  1. Interesante reflexión. Imprescindible en estos tiempos aciagos en los que los totalitarismos avanzan sin freno, invisibles para los muchos que, como dices, se acomodan en la cotidianidad paralizante.
    Salud.

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